Padmé Amidala's tales

Polis Massa ﹟StarWars!AU.
Padmé's alive.«Sólo por esto sobre la muerte descargo la rabia que almacena mi corazón; he separado tanto nuestras vidas, que ya no nos oímos hablar» —_Lord Alfred Tennyson._
Episodio 𝖨.La oscuridad se exteriorizó y Padmé se sumergió en ella, inmersa en su laguna de luz pálida. Se arrebujó como si se tratase de un tegumento y se dejó llevar, mecida bajo el hechizo del sopor, con la incertidumbre azotando su semblante, y los gritos ahogados incitándola a desvelarse. «𝐀𝐧𝐢…», siseó para sus adentros, clamando su nombre en una súplica quejumbrosa. La evocación seguía martirizándola, aún demasiado flamante como para sortear su influjo. Deseaba soterrar los recuerdos y apisonarlos con el yugo de la losa que los había gestado. Ahora breves destellos discurrían vertiginosamente por los recodos de su mente, abrumándola. Recordaba vagamente su derrotero a Mustafar para reunirse con Anakin. Aún podía percibir el ardor ígneo que le penetró en los huesos cuando él la miró por primera y última vez, con odio. Parecía dotado de un conjunto de músculos faciales tan perversos que no podían interpretar el lenguaje del alma, como si en sus venas en lugar de sangre fluyera un río afluente de magma. El desenlace había sido desgarrador; el efecto galvánico. Anakin la había estrangulado, oprimiéndole el cuello con la Fuerza; arrancándole el aire de los pulmones; dejándola desfallecida, medio aturdida. Un instante de furia, efímera y desbocada, que casi acababa con su vida y la de sus hijos. El piélago azul que aquel niño de Tatooine tenía por ojos, como el lago de Naboo, mudó en un matiz ambarino con motas carmesí; el fuego había consumido el agua donde ella se reflejaba. Rocas ardientes crepitaban en derredor, el rumor del magma colmó de matices las ánimas en duelo, arrastrándose hacia el infierno. El rugido del fuego emanaba cenizas y amagos de lava. ¡Cuán a la ligera olvidó las tribulaciones! Cuando al escuchar el desprendimiento de las rocas, la aflictiva ensoñación se hizo pedazos.Padmé tembló de vértigo. El arrebato de dolor que acompañaba a sus delirios contenía una angustia desmedida. Esa había sido, al principio, la peor parte, la parte que la había convencido de que estaba muriendo poco a poco. De súbito un grito gutural surcó su sueño de lobreguez.La conciencia le iba y venía con un ritmo hipnótico, como el mar aparece y desaparece de la vista en medio de una ventisca. Padmé sabía que se hallaba en una cama con limpias sábanas blancas, en el centro de una restringida sala; que había otras camas allí, todas iguales; que había una abertura muy por detrás de su cabeza, de donde dimanaban sombras y siluetas imprecisas. Abrió los ojos paulatinamente, y tuvo que pestañear varias veces para adaptarse a la luz. Sentía los párpados pesados y una extenuación tanto física como mental que se propagaba por cada centímetro de su cuerpo, como miles de pequeñas descargas. La senadora tragó saliva, apabullada. Oyó el resuello de su propia respiración cuando se incorporó en la cama con torpeza. Se miro a sí misma, percatándose de que se encontraba ataviada con un camisón blanco e irreconocible; un droide médico debía habérselo puesto. En el umbral de la puerta había una figura familiar. Su rostro estaba demudado por la preocupación, pero había algo más. ¿Remordimiento, tal vez? Quizás el sacrificio que conllevaba una pérdida.—Obi-Wan, ¿qué ha pasado? —Inquirió desconcertada. Rápidamente por inercia se llevó ambas manos al plano vientre, palpándolo—. ¿Y...? ¿Y los bebés?Había auténtico miedo en su voz; un desasosiego notorio.— “Luke y Leia están bien, Padmé. Ambos viven” replicó el Maestro Jedi. Había un deje inexorable en su voz que la sobrecogió. Hablaba pausadamente, con aparente serenidad, y aunque no daba muestras de un hombre afligido, su fisionomía se contraía en una flema atormentada.Después de un silencio oneroso, de solo oír su propia respiración, inhalando y exhalando trabajosamente debido a la conmoción y el esfuerzo, Padmé cogió la mano de Obi-Wan y le dio un ligero apretón, transmitiéndole con ese gesto su temor; era como algo material en su interior. Sus ojos, muy abiertos y húmedos, le miraron con melancolía; el pecho se le agitó con una sensación espasmódica. Recordó la flaqueza física que la había asediado a causa de las palpitaciones violentas e irregulares de su corazón, que latía de manera frenética. Sentía alivio al saber que los gemelos estaban sanos y a salvo, como también un miedo espantoso al pensar en lo que se había convertido Anakin. Ella no había pedido que el alma de su esposo la persiguiera; sabía que el tiempo le aportaría resignación y una nostalgia más soportable. Albergaba su recuerdo con amor ardiente, profundo y tierno, y con aspiraciones henchidas de esperanza.Pero su fantasma todavía blandía un cetro déspota en el órgano magullado.«¿Por qué traicionaste a tu propio corazón, Ani? No encuentro palabras de consuelo. Te has matado a ti mismo. Nos has matado. Mi amor te ha destruido, te ha condenado. Porque, aunque ni desdicha, ni degradación, ni muerte, ni nada que pudieran habernos inflingido dolor habría podido separarnos, nos separaste tú. No te he roto yo el corazón; te lo has roto tú; y al romperlo, has roto el mío».—Obi-Wan, en el fondo era bueno. Sé que lo era. El hombre que fue. Que debió ser.

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Palacio Real de Alderaan (Palacio de la Montaña).«En realidad, esperaba tener mi propia familia ahora. Mi hermana tiene los niños más asombrosos y maravillosos» —Padmé Amidala, AOTC.
Episodio II.—Aquí estás.
Padmé descubrió a Leia sentada en un recoveco de las gruesas ramificaciones de un prominente árbol, escudriñando el horizonte en compañía de LOLA, su droide. La miró desde abajo con resignación, entrelazando los dedos por delante de las faldas de su vestido alderaaniano.
—Venga, baja de ahí. Tienes a todos buscándote.Leia exhaló un suspiro pueril por la boca, pero no dio muestras de titubeo en su resolución. Con un rictus de absoluto hastío, respondió.—“Creía que no se darían cuenta tan rápido”.—Creíste mal, señorita —repuso una Padmé ahíta de sosiego.Leia había añadido a su rutina un hábito nuevo. Este consistía en escabullirse del palacio a hurtadillas, burlar a la escolta consular Alderaaniana, y penetrar en el ramaje del bosque. Cada vez que sucedía aquel incidente, Padmé sucumbía a un miedo atávico; el corazón le latía desbocado solo de pensar en el acaso de que pudiera correr algún peligro, tal era su preocupación por el bienestar de su hija.Amidala enderezó la espalda y adoptó una expresión mas rigurosa cuando Leia se encontró en tierra firme, aunque el deje solícito en su voz no mermó ni un ápice.—Sabes que no me gusta que deambules tú sola por las inmediaciones del bosque, Leia. Y, aun así, insistes en desobedecerme.Estaba convencida de que las dominaciones hostiles del Imperio cada vez eran más autoritarias y el peligro, inminente. Y, pese a su actual situación que consideraba más pletórica de bienestar que ninguna otra nueva que pudiese substituirla, sentía un terror espantoso que anudaba con traíllas invisibles su corazón. Con todo, dentro de una arqueta imbuida de preocupaciones reinantes, se encontraban las turbaciones más cotidianas, como era que Leia pudiera trastabillar con las raíces que sobresalían de la tierra y caerse, o perder el equilibrio al reptar por los árboles “pese a la maña agenciada por su espíritu temerario”. Imprudente, osado… Atributos que había heredado de alguien a quien ella amó sin reservas. Su padre. Ni siquiera podía decir su nombre sin romperse. Se había repetido a sí misma que jamás volvería a evocar su recuerdo espectral, porque ya no quedaban vestigios de aquel niño de Tatooine que antaño conoció. Porque el órgano vulnerado aún se contraía, quejumbroso, en hondo pesar. Entre cuantiosos porqués, predominaban las pesadillas esporádicas y el remordimiento. Pero, que no quisiera recordarlo, no significaba que no le viera. Constantemente, de hecho. Le veía en Luke, cuando solventaba el sistema damnificado de algún droide de servicio. En Leia, al desobedecer toda orden antagónica a su interés. De súbito una punzada de melancolía, en convivencia con la aflicción, se instaló en su pecho.Se vio obligada a hacer una pausa y a reflexionar. Padmé se sentía desazonada. El proceder de su hija parecía responder a unos sentimientos genuinos, y no podía sino compadecerla. Pues bien cargaba sobre sus menudos hombros con el balasto de la responsabilidad; un hervidero de quehaceres que ralentizaban todo atisbo de actividades lúdicas.—Mamá, ¿me enseñas a disparar?—¿A disparar? ⎯se percató de la sonrisa que surcó el semblante añiñado y taimado de su hija, la cual no demoró en interpretar debidamente.—Tienes diez años, Leia, no voy a darte un bláster.Extendió el brazo para colocarle un mechón suelto de pelo tras la oreja con un gesto mecánico que espoleaba sus jugos maternales.—Cuando seas más mayor, entonces te enseñaré. Mientras tanto se te educará para ser senadora, como lo fui yo hace años.
𝙎𝙚𝙣𝙖𝙙𝙤 𝙂𝙖𝙡𝙖́𝙘𝙩𝙞𝙘𝙤, 𝘿𝙞𝙨𝙩𝙧𝙞𝙩𝙤 𝙙𝙚𝙡 𝙎𝙚𝙣𝙖𝙙𝙤, 𝘾𝙤𝙧𝙪𝙨𝙘𝙖𝙣𝙩.“¡Últimas noticias! El Consejo Jedi no ha hecho ninguna declaración en lo que respecta a los clones supervivientes que se estrellaron en el planeta inexplorado Maridun, pero han dado más detalles sobre la épica batalla contra el ejército Separatista en la zona más alejada del sistema. Según el Consejo Jedi, el General Skywalker ha sido gravemente herido en una batalla campal para ayudar a la general Jedi asediada Aayla Secura. El Consejo Jedi también ha confirmado que el Capitán Rex y la padawan Ahsoka Tano se encuentran estables, y que el propio Anakin Skywalker debió ser atendido urgentemente por los sanadores del Templo, pero afirman que, al momento de esta nota, el Héroe sin Miedo se encuentra fuera de peligro”.—TriNebulon News.Padmé apagó la transmisión, sin querer ver más noticias. Exhaló un amargo suspiro y lanzó el DataPad, con manos trémulas, sobre su escritorio. Por Naboo que estaba haciendo todo lo posible para no fluctuar y perseverar los músculos del semblante distendidos. Empero los pensamientos excesivos, el miedo y la incertidumbre eran rudimentos poco sedativos.⎯Fuera de peligro… Pero nadie más dice nada al respecto. Hace días que no consigo comunicarme con él ⎯dijo en voz alta, para sí misma, a lo que un Trespeó algo desmañado pero optimista replicó.⎯‘No se preocupe, milady, el amo Anakin está bajo mucho estrés, seguro que pronto tendrá noticias suyas’

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Palacio Real de Alderaan (Palacio de la Montaña)«Te quiero con todo mi corazón magullado» —Padmé Amidala.Los luceros cárabes de Padmé, velados por unas tupidas pestañas tan negras como el cuarzo ahumado, contemplaron la puesta del sol alderaaniano sobre el lago, con sus glaciares resplandecientes y la cúspide de la montaña más icónica cubierta por la pálida nieve. El Pico de Appenza, visible desde la capital Aldera, sobresalía de las escarpadas colinas y era como el límite de un presidio gozoso, de un destierro. La configuración ecológica y el bioma general eran similares a los de Naboo, algo que inexorablemente suscitaba la nostalgia, de manera que no podía evitar acordarse de la belleza de la región de los lagos naboonianos; la forma en que las nubes blancas y algodonosas, así como las exhalaciones del rusiente sol, bordeaban el gran área azul, los árboles en flor y los bosques pomposos Con todo, a Padmé le maravillaba Alderaan. Era un planeta dotado de majestuosos parajes, donde primaba la armonía y cuyas costumbres rutinarias podían asegurarse contra toda turbación exterior. En sus seis años como residente refugiada había vivido una vida plena y agradable, además había podido deleitarse con la compañía del senador Bail Organa, alguien a quien admiraba, y en cuyo trato se complacía. Por lo que concernía a la virreina, Breha Organa, la amistad que ambas habían construido con el paso del tiempo era su mayor solaz.Los pormenores de su existencia no la hacían desdichada, porque nunca se mantuvo desocupada. En el palacio había erigido un refugio de serenidad y libertad, lejos de la autocracia del Emperador Palpatine y el yugo opresor del Imperio. Había puesto al alcance de Leia y Luke la posibilidad de adquirir una sólida educación. A su corta edad Luke poseía increíbles dotes para la mecánica, tenía una comprensión instintiva de las habilidades que se requerían, y era aplicado e instruido. Leia, por otro lado, conseguía sobresalir en todo lo que a ella le placía, que era precisamente aquello que no tenía relación con el material político. Padmé en su fuero interno siempre había albergado deseos de que Leia, tal y como hizo ella a la temprana edad de ocho años, se uniera a la Legislatura de Aprendices, una organización para jóvenes con mentalidad política que fue fundada por la República Galáctica. En cuanto a si su futuro estaba impregnado de miseria y resignación ante la reflexiva aceptación de una vida sistematizada y falta de goce, no podía hacer otra cosa más que desdecirse en planteamiento. Provisionalmente se limitaba a recrearse en el recuerdo de las actuales alegrías y en imaginar las venturas que a los dos niños podría reservarles el porvenir.A pesar de lo cual, en el trasfondo de todo el asunto, aún tenía que bregar con su elemento natural y experimentar las antiguas emociones. El fantasma de Anakin Skywalker y el miedo visceral que le infligía Lord Vader la golpeaba como un baquetazo, como un latigazo que reabría viejas heridas. El hombre al que amaba y el hombre con el que estaba casada no eran la misma persona. Padmé no había podido olvidar al primero, aunque sí refrenar sus sentimientos por el segundo. Estaba convencida de que debía dejar las cosas como estaban y no provocar ninguna fluctuación venidera. Tenía el corazón roto; el ánimo, alegre; el cuerpo, fuerte. No necesitaba amor, más que el de sus hijos; era feliz a su modo y aquella condición de vida le bastaba. Así pues, había seguido viviendo, y en el proceso, también había cambiado. Todo era cosa del pasado. Después de todo, cuando uno removía un pasado que mejor era darlo al olvido, era probable que se agitase parte del lodo que ya se asentó.A la mañana siguiente, sentada tras el escritorio y rodeada de papeles, Padmé redactaba informes, revisaba y corregía los discursos de Bail para las reuniones de los comités. El senador Organa había tenido que salir del planeta para asistir a una conferencia con los senadores de Chandrila, Uyter y Mon Gala, de modo que mientras él representaba a su planeta en el Senado Imperial y se encargaba de los asuntos diplomáticos, ella de puertas para adentro, le ayudaba con el tedio de las gestiones Verse restringida y apartada de la política planetaria era algo con lo que había aprendido a vivir, si bien con la perspectiva de dar prioridad a cuestiones más apremiantes, como los placeres del asueto, de los que, antaño, rara vez gozaba. Ese aspecto de su actual vida era justamente lo que la hacía más feliz. En su etapa pueril había trabajado siempre al servicio público, ayudado en misiones humanitarias en otros planetas y viviendo por y para la política. Horas y horas de labor cuyo único residuo era el sopor del agotamiento. Ahora, si así lo prefería, podía vivir ociosa, y dedicarse a sus hijos. La energía misma de su talante actual determinaba que esos momentos eran tanto más placenteros.Una Leia que rezumaba alegría juvenil y exuberancia pura irrumpió en la habitación con LO-LA zumbando a su lado, y sacó a Padmé de la maraña de pensamientos, interceptando sus hondas reflexiones.—‘¡Mamá!’ —estaba de pie, junto a la mesa, hablándole, reclamando su atención con un ramillete de flores silvestres en la mano. Se las mostró—, he cogido unas orquídeas malastrianas del jardín.
La mujer de halo café alzó las comisuras de sus labios en una flagrante sonrisa mientras admiraba el color asalmonado de las orquídeas.—Son preciosas, Leia. Pero tú eres la flor estival más bonita de todas —dijo al tiempo que se inclinaba y dejaba un reguero de besos en las mejillas impropias, abrumada por una repentina oleada de amor embriagador.. . .Padmé eludió sus compromisos y se sentó con Leia en el suelo de la habitación a conversar. En el curso de la mañana, las confidencias entre madre e hija se profundizaron, versando todas sobre el mismo tema: la picardía de Leia. Los dedos de la niña se movían hábilmente mientras le trenzaba la castaña melena y le hacía una corona con las orquídeas que había recogido previamente del vergel, mientras Padmé permanecía embobada y ufana con la narrativa de su adorada hija. Le habló sobre cómo exploraba alguno de los pasajes escondidos del palacio, de sus prácticas con el bláster (habiendo con anterioridad burlado a la guardia real), o acerca de sus carreras con Luke a toda velocidad por el puerto espacial principal de Aldera.Después de llamar a un droide cuidador para que acompañase a Leia a la biblioteca a fin de que retomara sus estudios, Padmé salió de sus dependencias y fue a reunirse con la reina Breha y los comensales para el tentempié matutino. No imaginó que en ese preciso instante, a medida que recorría los interminables pasillos, el sino guiaría sus pasos por otros derroteros, y que su refrigerio con la virreina no llegaría a producirse.